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CUANDO YAGO DIRIGIÓ 'OTEL·LO'

 



CUANDO YAGO DIRIGIÓ 'OTEL·LO'

 

Durante 2013 se paseó por buena parte de los festivales de cine independiente de Europa impresionando a crítica y público con una adaptación nada ortodoxa del ‘Othello’ de William Shakespeare. Un éxito de palmarés para un director novel, Hammudi Al-Rahmoun Font, que tenía una película sorprendente e inusual entre manos y que llegó a estrenarla tímidamente en las salas comerciales, aunque sin la misma suerte (quizá por eso de la comercialidad).

 

Consciente de ello, Hammudi asume que “una película, sea 'low cost' o no, debe tener dinero para la promoción, si no es muy difícil llegar al público”, pero se muestra orgulloso de los resultados de una película que dio mucho (y bueno) que hablar en los círculos minoritarios sin tener dinero para ello. Y, en cualquier caso, el ‘Otel·lo’ de este realizador barcelonés ha llegado para perpetuarse como una rara avis que buscar en las estanterías de auténtico cine de autor.

 

 

La adaptación que hace ‘Otel·lo’ de una obra sobre mentiras e infidelidades, tenía que ser premeditadamente infiel a la original por necesidad, con la “intención de desnudar la obra para llegar a su esencia”, dice Hammudi, “esa fue la génesis de esta película”. A partir de ahí, Hammudi, que se transmuta en un el embaucador Yago en un doble juego de interpretación y dirección, construye un soberbio juego de falacias usando la hiperrealidad como motor de un film que, lejos de buscar la complacencia del espectador, consigue ponerle a prueba durante un metraje moralmente agotador.

 

“En mi adaptación, Otelo es el público y yo soy Yago, no sólo en la ficción, también fuera de la película estoy adoptando el rol de Yago, manipulando al público hasta el final”. Y “si el público sufre y se indigna conmigo, es buena señal, significa que han entrado en la película. ‘Othello’ es una tragedia donde el protagonista descubre al final de la obra que ha sido engañado y que todo su sufrimiento ha sido provocado por las mentiras del malvado Yago”, dice Hammudi, que asume ese papel ingrato y lo transforma en un director tiránico con su nombre y apellidos.

 

 

Forzar hasta la extenuación éste y los papeles de Otelo y Desdémona hasta conseguir que vayan más allá de la interpretación es lo que convulsiona realmente a un público poco acostumbrado a que los géneros se diluyan de una manera tan violenta, y menos aún cuando se pasa de la adaptación de una obra clásica a una especie de documental visceral sobre los entresijos de un rodaje maldito. Hammudi, que reconoce que se lo pasó “genial haciendo de malo”, recuerda que en el rodaje había gente que no le conocía y que viéndole interpretar a un director tiránico que interpreta a un personaje aún más tiránico pensaban “a este tío se le ha ido la olla y esto no puede acabar bien”, dice divertido. 

 

No fue mucho más fácil para los actores sometidos a este tour de force (re)interpretativo, unos sorprendentes Ann M. Perelló y Youcef Allaoui que enseguida se ganan al público con el trémulo temor de un actor que se enfrenta, cuanto menos, a una película porno, para descubrir que la realidad (o la ficción, según se mire) puede ser más cruel. “Todos se entregaron”, dice Hammudi sobre un reparto del que se requería, se necesitaba, que pusieran toda la carne en el asador. “Yo quería experimentar en la dirección de actores, encontrarme a mi mismo allí, y tuve dos grandes cómplices”

 

 

De este modo, Hammudi aplica el juego el amateurismo y la hiperrealidad con una desconcertante brillantez hasta conseguir que Otelo, Desdémona y Yago sean algo más que simples personajes. “Había una intención total de experimentar a todos los niveles”, dice el director, “primero con los actores pero también con el público”, que es el que recibe sin un manual de instrucciones al que atenerse un desarrollo avasallador de los acontecimientos en el que nunca sabe si son los personajes o los actores los que están siendo manipulados (cuando en realidad es el propio público). “Yo quería llevar todo de una forma muy extrema pero midiendo mucho la verosimilitud, de manera que como espectador pensaras: ¿pero esto qué es, está pasando de verdad?"

 

 

Transmutado en el impúdico Yago, y consciente de la importancia de generar esas emociones viscerales en un espectador confiado, Hammudi aplica la ambigüedad de un formato entre el making-off de un rodaje frustrado y el falso documental (incluyendo entrevistas a los propios actores) para lograr un lenguaje entre lo amateur y la hiperrealidad. “Tú como espectador tienes que sentir que esto ha pasado en un garaje, una sola vez (sin repetir tomas) y con una pareja real de actores amateurs”. Esa era la base para Hammudi. “Todas las decisiones formales iban en esa dirección, o dábamos cierta información a los cámaras para que tuvieran que improvisar los encuadres, los actores no tenían diálogos, sólo intenciones. Cuándo ves algo muy real, te toca de una forma diferente a algo que entra dentro de los códigos pactados cuando te sientas a ver una película, y ahí está el juego”.

 

Concluida la vorágine de ‘Otel·lo’, Al-Rahmoun Font puede dejar su rol del director Yago para volver a ser el cineasta Hammudi. Formado en la ESCAC de Barcelona y curtido en el mundo del cortometraje y la publicidad, este realizador pasó incluso por el rodaje de ‘El perfume’ (Tom Tykwer, 2006) dentro del equipo artístico. Una experiencia, dice, que sobre todo le valió para recuperar la fe en el cine al ver “a unos tíos haciendo una peli tan apasionados como lo estaba yo cuando hacia cortos”.

 

 

De ahí hasta su puesta de largo con ‘Otel·lo’ es lo que ha forjado el pulso de un cineasta, puede que aún desconocido, que deja claro su capacidad para traspasar el lenguaje, los métodos interpretativos y los géneros anquilosados para lograr una obra brillante que, se dice pronto, obliga cuanto menos a replantearnos una vez se encienden las luces de la sala desde nuestra moralidad hasta nuestra percepción cinematográfica.

 

Aún así, lo más difícil de esta experiencia, dice Hammudi vino después: “colocar la película una vez hecha, el no tener un director conocido y no haber un casting de renombre le ha puesto muy difícil el despertar interés. Hasta que no llegaron los premios la cosa pintaba muy mal y llegué a pensar que la peli se quedaba en un cajón”, recuerda. Pero “pensar que hemos acabado estrenando en cine me llena de alegría y de confianza para una próxima vez: no hay que tirar la toalla, si la película lo merece, tendrá su lugar”.

 

 

UC (Manu Cabrera).